Hablar de Antioquia, el café o el desarrollo de la región es por obligación hablar de los hombres que representan la idiosincrasia paisa; los hombres de poncho, sombrero, carriel al tercio y machete al cinto. Los de las frases célebres como: Plata y carta ajena no tocar ni por pena.

Hablar de todo esto es, sin duda, hablar de Los Arrieros.

Ah, mi Antioquia, ¿Quién te hizo

tan arrugada y altanera?

Para que el topógrafo

no te pudiera contemplar entera.

- Tomás Carrasquilla

Si quisiéramos describir fácilmente su labor podríamos decir que era -y es- el transporte. Fueron ellos quienes cumplieron con la labor de trazar nuevas rutas en la Antioquia del siglo XIX, en la Antioquia arrugada y altanera que describe Carrasquilla en sus letras, la colmada de montañas inexploradas y donde las pocas vías existentes se volvieron insuficientes. Fue gracias a ellos que el transporte de víveres, materiales, mercancías e incluso personas se hizo posible.

Los arrieros se enfrentaron a esas montañas haciendo equipo con sus mulas. Fueran 5, 10 o 20, sin importar el número era en ellas en quien colmaba toda la confianza para encargarles las cositas que se le encomendaban, porque como ellos dicen las cargas se acomodan en el camino. Se volvieron expertos en nudos y ataduras, usaban dos mulas juntas si debían transportar objetos muy pesados (como los pianos) y fue gracias a este rústico pero eficiente método que lograron llevar la mayoría de las campanas de las iglesias que existen aún hoy en los pueblos antioqueños.

Es por esto que podemos decir que gracias a su tenacidad y trabajo incansable, son ellos los artífices de gran parte del desarrollo de la región.

Mientras hacían sus travesías, dejaron a su paso una inmensa riqueza cultural que hasta hoy nos caracteriza: son expertos en el arte de los negocios y el regateo, de ellos heredamos esa manera particular de hacer las cosas, de vivir la vida sabiendo que el honor de una persona es su palabra y que esta es oro.

Pero todo respecto a ellos no son negocios. Hablar de los arrieros implica también hablar de fondas y el aguardiente, y cómo olvidar todo lo que guardan en ese preciado elemento que se cuelgan al tercio: el carriel. Un carriel es algo así como un agujero negro, un lugar donde hay espacio para todo: fotos de la amada, plata como un aguero para que nunca faltara, una peinilla y un espejo con tapa para que este no se quebrara durante la labor, un farolito para alumbrar cuando los cogía la noche con su vela de cebo y respectivo guarda-vela, un par de dados y una baraja española para la entretención, alguna imagen del Divino Niño o la Virgen María para que los acompañara en el camino y otros objetos (por si acaso) como una aguja, una pitica y algún amuleto… definitivamente, a un arriero pida lo que quiera y pregunte por lo que no vea.

Y es que los arrieros logran unir en uno solo varios universos diferentes: el amor por la naturaleza, el trabajo duro y honesto y, a su vez, esa manera tan especial de celebrar y disfrutar la vida. A nuestros arrieros, todo. Admiración, agradecimiento y profundo respeto por permitirnos aprender de ellos, por llenarnos el corazón de orgullo cuando vemos a Juan Valdez triunfar en el exterior y por enseñarnos que riqueza es: ser, hacer y tener con quién y con qué.

Y no lo olvide, la próxima vez que se cruce con un arriero espere escuchar un opa fuerte y grave en vez de un hola, porque arrieros somos y en el camino nos encontramos.

 

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